CARTAS

El Laberinto

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ABRIGO ROJO

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«Es obvio -había anotado- que la palabra azur evoca la palabra cielo pero no la revela. La palabra vacío, en cambio, podría revelarla.» Si escribo: Antes de ser negro, azul fue el vacío de mi alma, cubro, con esta única frase, toda la extensión del cielo».
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-Edmond Jabès-

Vacío

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miércoles, 1 de junio de 2011

CLARA

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CLARA










  







      Clara: evocar es partir, tú sin embargo guardas las cosas en el trajín, Clara: la nieve, los pasos densos, el viento... Clara: hay una disciplina de olores y de color que atraviesa los días impenetrables, el humo, los tejados, el viento.

Ha estado toda la noche nevando, larga como una vida, y se tenía que parecer al palo, a la teja, al calcetín, al gorro, la nieve lo borra todo para volverlo a vivir.

Clara: usábamos alfabetos para jugar y hay que empezar por la calle, por el cabás, por la O. Las cosas se comunican, se prolongan, Clara, hay una lumbre gigante, desmesurada, incesante. Todo es un lienzo fantástico, todo está allí y pide hacerse fracturas.























viernes, 11 de marzo de 2011

A TRAVÉS DE LA NIEVE

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A TRAVÉS DE LA NIEVE



















   Huellas sobre las cuales se inscribieron los pasos primeros como una arqueología de pisadas disponiendo del tiempo a punto de conjugarse, a veces en permanente oscuridad y otras desorientadas por la luz. Los matices del blanco atravesando la retina, las exageraciones del adiós en bandadas de puntos, pronombres y verbos.





















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jueves, 10 de marzo de 2011

CALLES

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CALLES









"No hay nada menos real que el realismo.
Los detalles confunden.
Sólo seleccionando, eliminando, acentuando,
llegamos al verdadero significado de las cosas".



-Georgia O'Keeffe-
















   La voz es larga como en el tiempo, entera con todos los hilos, multiforme lo mismo que todas las ausencias. La voz retumba a lo ancho de las paredes contra él, la voz no deja de moldear las formas, la voz parte la calle y apila sus fragmentos y restablece las luces y las sombras y se hace tarde, anochecer, mañana.


La voz pasa o se detiene, llega hasta el fondo del corazón endurecido, lastima los contornos y se repite, incansable, el resto de los días. La voz arriba y la voz abajo. La voz luminosa de la serenidad tendida y extendida a modo de lienzo interminablemente blanco, el olvido.


La voz meticulosa con manos de cantera partiéndose a sí misma, todas las calles de la vida recogen esa voz, reconocible y reconocida de entre montones de voces que se acomodan en la suya, anfitriona del mundo.










































jueves, 10 de febrero de 2011

LA OSCURIDAD

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LA OSCURIDAD



















   Me aproximo a la noche, con cada una de las manos, abarco cuerpos enteros, horas, temporadas y saltos. Saltos y precipitaciones, personas sentadas en ambos lados, yo con cacharros de palo, una conversación que aún no se terminó… bancos, costumbres, el organdí, pantalones, las piedras con las cruces que se movían, el sol allá en lo alto que se retira para que beban de nuevo los días y el verano.












Un día cruzando a lo ancho de la calle, un día que presidió desde lo otro montones de días que no eran él; como si al describirse, se le hubieran restado los fragmentos, como nunca feliz, ligando las alianzas, anfitrión de los sueños en los que, hasta el paisaje, era una misma nube que se extendía con tan sólo rozarla.



Más arriba, la esquina se dividía también convocando a los árboles entrelazados por tinajas, callejuelas, panes redondos bajo los brazos, tinteros, latitas de sardinas, calcetines y solemnes domingos. La esquina tenía oídos, farfullaba y se dejaba picar por las abejas.


































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EL ATRIO

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EL ATRIO



















   El atrio estaba inmerso en los domingos y en casi todas las tardes, el atrio no se movió. Hay que girar ahora a la izquierda, como en los lunes, como en las tardes, como después a la derecha que ya era verde, como en los sueños de los abrigos, como en las velas, como cuando pensábamos en crecer, perder el tiempo, un trocito de suelo enciende toda la luz. Amarillo.




















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DOMINGO

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DOMINGO






«Es lo que no se ve lo que nos permite ver.»


-Edmond Jabès-





















      Domingo es un nombre dicho para evocar los días de la semana, una hilera de pasos. Es necesario regresar al lenguaje del cuerpo, antes, mucho antes de que arrojase sobre la voz su condición de testigo, pero antes, mucho antes de recordar.

Las primeras palabras que se me vienen a la memoria son organdí, sol y ventana, cada una se le parece a la palabra domingo como un punto en mitad de de otro punto.

Rosa, la palabra rosa es la que se aproxima a una tela de sol. Sol, se enciende cada sol al lado de la palabra domingo, pero ha de ser con, junto a ventana: dos hojas que se entreabren para volverse a cerrar, para volver a estar luego desde otro sitio y en el mismo a la vez.

Casa, cuántas palabras casa se me aparecen ahí siendo sólo las letras primeras, cuando no se nombraba más que para decir cosa.

Primero son cosas que nada más se ven por las de alrededor, cosas en forma de rumor… Arriba…, aquí domingo suena desde lo alto, tan arriba como para poderse juntar con campana: las campanas sonaban hasta en la arena pero sería imperdonable dejarse amortiguar diciendo: “así de alto sonaban las campanas”… Lo de arriba era el humo, el que avisaba de lo que sucedía más allá, donde el sonido llama.

Meticulosamente, me hacen falta muchas palabras que sean sin terminar, que se abran de tal manera que se desdigan, se coloquen en filas, en redondel, suban y bajen desamparadas como están ya solas las cosas. Detrás de esa pared, debajo de esa pared, a la derecha, a la izquierda de esa pared. No digo cuántas, cuántas las veces que me pasaron,  no en estados de tiempo que las arrancan.

Se extingue la narración buscando que se parezcan, no es geometría,
las alianzas no pertenecen a la mano ni es en los ojos, sólo detrás o a la derecha o en eso que no se ve.










LA LUZ AZUL

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LA LUZ AZUL



















   No es prescindible el color azul que tienen las piedras al contraluz de los ojos, hay horas que no se pueden hacer con las palabras porque son todas de la luz.



El color amarillo tiene una dirección que pertenece a la mañana cuando el invierno y el verano tienen la misma edad. No le hacen falta pinceles, porque las sombras y las casas concentran, en cada uno de sus tramos, todas esas palabras de todos los días juntos. Acordonándose, mirándose, dejan pasar el cielo y las nevadas, dejan que pase el mundo para volverlo a ser.



La luz azul es una tarde, algo se ha hecho fotografía, y es justo entonces cuando se confabula con los espacios y hay que buscar los ángulos y las historias, lo que dicen las ramas, cada por qué en las ventanas, cuánta importancia tiene la cal, los años de la madera, el tejado, la calle mítica y esa figura extraña que mira desde lo alto. El color natural es que no existe, lo original, lo inimitable está hecho de extremos.























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martes, 25 de enero de 2011

LUISA

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LUISA



















   Un cuaderno azul de cuadrados y un cuarto de pimentón. Y judías pintas; le enseño el papelito, Luisa continúa hablando con Laude mientras lo lee. Nunca acabé de saber si era de alambre la rejilla de la ventana mientas iba detrás de…
-¡Ala, maja! El patio tenía tejas y el suelo descendía hacia la calle, no sé si eran cuerdas para tender o un pilón muy pequeño en el que, creo que alguna vez, hasta bebía un pollo.


Eso al salir, cuando llegaba, los azulejos en el suelo y a la derecha un dormitorio que parecía nupcial, tal vez había escaleras hacia un segundo piso, casi de frente. La cocina era aparte de lo demás, donde Luisina, alguna vez se me quedó relacionada con el olor a tortilla francesa.








Era gloriosa la sonrisa de Luisa y el lunar, madre detrás del mostrador más veces que en su casa, que en la casa.


Y Bienvín, y Vicente; uno pequeño y el otro con los mofletes colorados y otra amplia sonrisa. Luisina, a veces la más pequeña, a veces la más mayor.


Dulce es ahora al recordarla, su pelo oscuro como su madre, su piel con calcetines blancos, su calle era la calle más familiar de todas las del pueblo; el día que la volví a encontrar con las aceras y las paredes en otro sitio, sólo supe decir: hacia mi casa.


Pero ahora es aún allí, con paredes y aceras de verdad. A la derecha de la esquina, esas mañanas de comercio se me volvían a mí multiplicables… tía Margarita, paredes y algún pajar (supongo), y hubiera sido como en la noria: el bar de Isabel y, al giro de la manzana, de nuevo hacia mi casa.


No importa, mi geometría se funda en escalones según las reglas del jugar.


¡Bienve!... Bienve no está, se ha ido a Salamanca; a por ruedas, a por helados, a por judías pintas, hilos y a recorrer otra ciudad.












¿De qué está hecho el amor? Nadie lo sabe. Unos dicen que de cerezas; otros dicen que son las moras de algún zarzal en el instante de reventar contra los dedos y las rodillas; algunos, los que más, dicen que va cambiando junto a la edad, en las raíces cuadradas de los árboles, en las orillas del pensamiento o del humo. Yo, sin embargo, creo que eran los delantales, los olores, las zarzas y los añiles y algunas veces, las mejores, el balde del pozo junto al anochecer, el organismo vivo que hacía participar, al inicio de las sombras, de todos los delantales de las manzanas.
























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NOCHEVIEJA





NOCHE VIEJA







      La Nochevieja comienza a las seis de la tarde, aún queda algo de luz. Blanca, enormemente blanca, la calleja será la única alma que, desde ahora, no va a poner sus pies sobre la nieve.


No va a saber con cuántas frases se frotarán las manos y las extenderán por arriba del fuego de la lumbre los hombres, todos los hombres de este pueblo y la juventud y además las mujeres. Entonces las mujeres, entre pucheros y pucheros, sacudirán la nieve de la chaqueta, del abrigo, de los zapatos; tanto entrar y salir, removerá toda la nieve de la calleja sin siquiera tocarla.


Ahora doblo la esquina, soy muy pequeña aún y me dejan salir a investigar si será pavo o cordero, turrón o mazapán, hortalizas, peces, calderos, cebolletas, cochinillo, cebón, villancicos, panderetas, bufandas; una farola perfumada toma en la canaleta su compás de campana… zambombas, boinas y boinas y más boinas… mi abrigo rojo, los peines de mi mamá, sus pañuelos, el pelo blanco de su mamá, la Nochevieja comienza a las ocho de la tarde.


Ahora miro el cielo que está de gris, el gris es un color que se convierte en los ojos de quien lo mira, los míos están allí, detrás de cada hora que me aproximo, se van enterneciendo las manecillas, los años son los colores de los abrigos, las serpentinas, el cántaro marrón lleno de uvas, un ansia inconmensurable por volver a salir.













HA NEVADO

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HA NEVADO















   Han retirado las piedras para que podamos pasar o para que  volvamos a colocarlas al borde de los zapatos y andemos sobre la acera con la mano derecha rozando la pared, tan pequeñita como ahora era la mano. Es Nochevieja en todas partes del mundo, también en la casa de Luisa y de Luisina.


Con forma de triángulo está el anochecer, el balde, la nieve y la explanada amarilla. El libro en el que viajé el año pasado conserva del calor los minutos contados copo a copo y las horas de diez en diez.






































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TODO ESTÁ ALLÍ

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TODO ESTÁ ALLÍ


















   Es muy pequeño, pero está todo allí. Lo puedo tocar a través de los poros del papel fotografía. Como dije, las cosas de una en una, porque las alborotan las palabras ahora que se han quedado quietos los actos, los días y las noches.


En la casa de mis abuelos no se cenaba pavo ni se cenaba gallina. O tal vez sí. Sé que bajo la luz, y puedo tocar el frío en el que se concentran los olores, vuelven a ser posibles de recorrer con los pies las distancias hasta la luz amarilla. La misma luz brillante de allí arriba, no alcanzada, incitando como un eje a estar, quizás, en el inimitable centro.

Desde allí, sólo permaneciendo como metáfora, como carne presente, como candil, trayectos en el aire.




















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