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LUISA
Un cuaderno azul de cuadrados y un cuarto de pimentón. Y judías pintas; le enseño el papelito, Luisa continúa hablando con Laude mientras lo lee. Nunca acabé de saber si era de alambre la rejilla de la ventana mientas iba detrás de…
-¡Ala, maja! El patio tenía tejas y el suelo descendía hacia la calle, no sé si eran cuerdas para tender o un pilón muy pequeño en el que, creo que alguna vez, hasta bebía un pollo.
Eso al salir, cuando llegaba, los azulejos en el suelo y a la derecha un dormitorio que parecía nupcial, tal vez había escaleras hacia un segundo piso, casi de frente. La cocina era aparte de lo demás, donde Luisina, alguna vez se me quedó relacionada con el olor a tortilla francesa.
Era gloriosa la sonrisa de Luisa y el lunar, madre detrás del mostrador más veces que en su casa, que en la casa.
Y Bienvín, y Vicente; uno pequeño y el otro con los mofletes colorados y otra amplia sonrisa. Luisina, a veces la más pequeña, a veces la más mayor.
Dulce es ahora al recordarla, su pelo oscuro como su madre, su piel con calcetines blancos, su calle era la calle más familiar de todas las del pueblo; el día que la volví a encontrar con las aceras y las paredes en otro sitio, sólo supe decir: hacia mi casa.
Pero ahora es aún allí, con paredes y aceras de verdad. A la derecha de la esquina, esas mañanas de comercio se me volvían a mí multiplicables… tía Margarita, paredes y algún pajar (supongo), y hubiera sido como en la noria: el bar de Isabel y, al giro de la manzana, de nuevo hacia mi casa.
No importa, mi geometría se funda en escalones según las reglas del jugar.
¡Bienve!... Bienve no está, se ha ido a Salamanca; a por ruedas, a por helados, a por judías pintas, hilos y a recorrer otra ciudad.
¿De qué está hecho el amor? Nadie lo sabe. Unos dicen que de cerezas; otros dicen que son las moras de algún zarzal en el instante de reventar contra los dedos y las rodillas; algunos, los que más, dicen que va cambiando junto a la edad, en las raíces cuadradas de los árboles, en las orillas del pensamiento o del humo. Yo, sin embargo, creo que eran los delantales, los olores, las zarzas y los añiles y algunas veces, las mejores, el balde del pozo junto al anochecer, el organismo vivo que hacía participar, al inicio de las sombras, de todos los delantales de las manzanas.
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