CARTAS

El Laberinto

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ABRIGO ROJO

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«Es obvio -había anotado- que la palabra azur evoca la palabra cielo pero no la revela. La palabra vacío, en cambio, podría revelarla.» Si escribo: Antes de ser negro, azul fue el vacío de mi alma, cubro, con esta única frase, toda la extensión del cielo».
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-Edmond Jabès-

Vacío

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martes, 25 de enero de 2011

LUISA

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LUISA



















   Un cuaderno azul de cuadrados y un cuarto de pimentón. Y judías pintas; le enseño el papelito, Luisa continúa hablando con Laude mientras lo lee. Nunca acabé de saber si era de alambre la rejilla de la ventana mientas iba detrás de…
-¡Ala, maja! El patio tenía tejas y el suelo descendía hacia la calle, no sé si eran cuerdas para tender o un pilón muy pequeño en el que, creo que alguna vez, hasta bebía un pollo.


Eso al salir, cuando llegaba, los azulejos en el suelo y a la derecha un dormitorio que parecía nupcial, tal vez había escaleras hacia un segundo piso, casi de frente. La cocina era aparte de lo demás, donde Luisina, alguna vez se me quedó relacionada con el olor a tortilla francesa.








Era gloriosa la sonrisa de Luisa y el lunar, madre detrás del mostrador más veces que en su casa, que en la casa.


Y Bienvín, y Vicente; uno pequeño y el otro con los mofletes colorados y otra amplia sonrisa. Luisina, a veces la más pequeña, a veces la más mayor.


Dulce es ahora al recordarla, su pelo oscuro como su madre, su piel con calcetines blancos, su calle era la calle más familiar de todas las del pueblo; el día que la volví a encontrar con las aceras y las paredes en otro sitio, sólo supe decir: hacia mi casa.


Pero ahora es aún allí, con paredes y aceras de verdad. A la derecha de la esquina, esas mañanas de comercio se me volvían a mí multiplicables… tía Margarita, paredes y algún pajar (supongo), y hubiera sido como en la noria: el bar de Isabel y, al giro de la manzana, de nuevo hacia mi casa.


No importa, mi geometría se funda en escalones según las reglas del jugar.


¡Bienve!... Bienve no está, se ha ido a Salamanca; a por ruedas, a por helados, a por judías pintas, hilos y a recorrer otra ciudad.












¿De qué está hecho el amor? Nadie lo sabe. Unos dicen que de cerezas; otros dicen que son las moras de algún zarzal en el instante de reventar contra los dedos y las rodillas; algunos, los que más, dicen que va cambiando junto a la edad, en las raíces cuadradas de los árboles, en las orillas del pensamiento o del humo. Yo, sin embargo, creo que eran los delantales, los olores, las zarzas y los añiles y algunas veces, las mejores, el balde del pozo junto al anochecer, el organismo vivo que hacía participar, al inicio de las sombras, de todos los delantales de las manzanas.
























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NOCHEVIEJA





NOCHE VIEJA







      La Nochevieja comienza a las seis de la tarde, aún queda algo de luz. Blanca, enormemente blanca, la calleja será la única alma que, desde ahora, no va a poner sus pies sobre la nieve.


No va a saber con cuántas frases se frotarán las manos y las extenderán por arriba del fuego de la lumbre los hombres, todos los hombres de este pueblo y la juventud y además las mujeres. Entonces las mujeres, entre pucheros y pucheros, sacudirán la nieve de la chaqueta, del abrigo, de los zapatos; tanto entrar y salir, removerá toda la nieve de la calleja sin siquiera tocarla.


Ahora doblo la esquina, soy muy pequeña aún y me dejan salir a investigar si será pavo o cordero, turrón o mazapán, hortalizas, peces, calderos, cebolletas, cochinillo, cebón, villancicos, panderetas, bufandas; una farola perfumada toma en la canaleta su compás de campana… zambombas, boinas y boinas y más boinas… mi abrigo rojo, los peines de mi mamá, sus pañuelos, el pelo blanco de su mamá, la Nochevieja comienza a las ocho de la tarde.


Ahora miro el cielo que está de gris, el gris es un color que se convierte en los ojos de quien lo mira, los míos están allí, detrás de cada hora que me aproximo, se van enterneciendo las manecillas, los años son los colores de los abrigos, las serpentinas, el cántaro marrón lleno de uvas, un ansia inconmensurable por volver a salir.













HA NEVADO

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HA NEVADO















   Han retirado las piedras para que podamos pasar o para que  volvamos a colocarlas al borde de los zapatos y andemos sobre la acera con la mano derecha rozando la pared, tan pequeñita como ahora era la mano. Es Nochevieja en todas partes del mundo, también en la casa de Luisa y de Luisina.


Con forma de triángulo está el anochecer, el balde, la nieve y la explanada amarilla. El libro en el que viajé el año pasado conserva del calor los minutos contados copo a copo y las horas de diez en diez.






































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TODO ESTÁ ALLÍ

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TODO ESTÁ ALLÍ


















   Es muy pequeño, pero está todo allí. Lo puedo tocar a través de los poros del papel fotografía. Como dije, las cosas de una en una, porque las alborotan las palabras ahora que se han quedado quietos los actos, los días y las noches.


En la casa de mis abuelos no se cenaba pavo ni se cenaba gallina. O tal vez sí. Sé que bajo la luz, y puedo tocar el frío en el que se concentran los olores, vuelven a ser posibles de recorrer con los pies las distancias hasta la luz amarilla. La misma luz brillante de allí arriba, no alcanzada, incitando como un eje a estar, quizás, en el inimitable centro.

Desde allí, sólo permaneciendo como metáfora, como carne presente, como candil, trayectos en el aire.




















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